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FACTORES PARA UN BUEN LIDERAZGO

El frio ha sido nuestro compañero en la jornada de hoy, la lluvia ha refrescado las plantas y al mismo tiempo ha permitido mantener un ambiente sereno entre los participantes. La celebración Eucarística fue animada por los PP. Armando Valencia, cmf y Víctor Fontalvo, cmf de la provincia de Colombia- Venezuela, en ella hemos orado por las mujeres de nuestras comunidades y hemos dado gracias a Dios por la primera semana de trabajo que hemos realizado.

El taller animado por los facilitadores PP. Paulson y Gonzalo se ha centrado en los elementos esenciales del liderazgo, cuyo objetivo es aprender a articular mejor los quince factores que posibilitan un liderazgo transformador y apreciativo haciendo hincapié en su interrelación mutua. El discernimiento como camino de crecimiento y desarrollo nos permite valorar las personas de nuestras comunidades y trabajar por hacer posible la construcción del Reino de Dios. Es por ello, que necesitamos algunos valores compartidos que constituyan la fuente de inspiración y evaluación de nuestro liderazgo, en nuestro caso, esos valores son los del Evangelio, tal como la Iglesia nos los propone a través de nuestras Constituciones (nuestro carisma). El carisma es duradero e inmutable en su esencia; pero se redescubre o se vuelve a entender de nuevas maneras en nuevos contextos y tiempos.

El discernimiento como camino de crecimiento y desarrollo nos permite valorar las personas de nuestras comunidades y trabajar por hacer posible la construcción del Reino de Dios.

Ejercemos nuestro liderazgo dentro de una comunidad (local, provincial, general) formada por las personas que compartimos el carisma claretiano. Esto exige atención a las personas como sujetos únicos e individuales: desarrollo y crecimiento, orientación, bienestar, acompañamiento, formación, capacitación. Una parte esencial de nuestro liderazgo es el cuidado de las comunidades: cultivar las relaciones, trabajar en equipo, colaborar, comunicar, acoger la diversidad, compartir la vida. El liderazgo implica también atender las varias dimensiones del ser humano: física, intelectual, afectiva, socio-relacional, cultural, psicológica, espiritual.

Somos hijos de nuestro tiempo, por ello, es importante no olvidar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro, nuestras historias conforman nuestra identidad: el principio, los tiempos de crisis, los renacimientos, etc. Es importante hacer memoria de algunas figuras heroicas y modelos de conducta, con sus éxitos y fracasos, alegrías y penas. Nuestra historia influye en nuestra visión del presente y del futuro: cultura actual, miedos, anhelos, energías, tradiciones que se considera vital conservar. Es necesario que la Congregación prevea la formación continua de quienes ejercen el liderazgo para que juntos puedan mejorar la profesionalidad en los distintos campos implicados.

Un líder claretiano necesita ser muy consciente de la presencia activa de Dios en todos los niveles de la vida del organismo o de la comunidad. Sin el Espíritu de Jesús, el liderazgo claretiano deja de ser un servicio a la misión y se convierte en una mera tarea burocrática. La Presencia Divina es la que da sentido y eficacia a todo lo que hacemos como líderes. Somos “cómplices del Espíritu” en la tarea de acompañar a nuestros hermanos en su camino vocacional.

Un líder claretiano necesita ser muy consciente de la presencia activa de Dios en todos los niveles de la vida del organismo o de la comunidad.

La tarde fue el escenario para realizar el ejercicio de los cuadros rotos. Este juego se hizo para imitar la dinámica de la vida en comunidad / trabajo en equipo / hacer ministerio juntos. Se centra en nuestros estilos y habilidades de liderazgo, en cómo ayudamos al grupo a realizar una tarea. Dicho ejercicio permitió a los participantes realizar un discernimiento de su ser como líderes, evidenciando falencias, logros y posibilidades de cambio.

Finalmente, la noche nos congrego para celebrar, agradecer, compartir de manera fraterna y alegrarnos por el don del liderazgo que el Señor ha concedido en cada organismo, a los hermanos responsables de animar la vida y misión de las comunidades.

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