Queridos claretianos y hermanos de la familia claretiana,
En este día en que concluimos el jubileo de los 175 años de la Fundación de nuestra “querida Congregación”, mi pensamiento se dirige a una celda del Seminario de la diócesis de Vic aquel 16 de julio del año 1849. En aquella habitación, el Padre Claret y otros cinco sacerdotes comenzaron la “gran obra” que el Señor inició en ellos y a través de ellos. Ciertamente, hace 175 años Vic era otra realidad. Pero hay algo que todos los miembros de la familia claretiana comprendemos y con lo que nos sentimos fácilmente identificados desde aquel primer momento. Es ese ardor en su interior que les movía a “desear poderosamente y esforzarse por todos los medios posibles para incendiar a todos con el amor de Dios” (Aut 494). El Padre Claret sabía que era un don del Espíritu, un carisma, para el bien de la Iglesia y testimoniaba que el Señor había dado también a sus compañeros el mismo espíritu que le movía a él (cf. Aut 489). También nosotros pertenecemos a su grupo de evangelizadores, pues es este mismo don del Espíritu en nuestras vidas el que nos hace claretianos. En mi vida claretiana y en la vida de la Congregación, experimento la presencia del Espíritu que nos guía y a la Santísima Virgen Madre que nos acompaña en nuestro caminar peregrino. ¡Estoy seguro de que vosotros también!
En este día, demos juntos gracias al Señor por el don del carisma claretiano, el fuego del amor de Dios que el Espíritu Santo encendió en el corazón de nuestro Fundador, el Padre Claret, y de sus compañeros, Esteban Sala, José Xifre, Domingo Fábregas, Manuel Vilaró y Jaime Clotet, y que ha sido transmitido posteriormente a generaciones de misioneros. Aquel día Claret tenía 41 años y Clotet sólo 26. Recordamos con gratitud y damos gracias a Dios por todos los que, en palabras de Claret, “han ido a la gloria del cielo, gozando de Dios y de la recompensa de sus trabajos apostólicos y orando por sus hermanos” (Aut 490). Entre ellos están los mártires y muchos santos y santas de la familia claretiana que entregaron gozosamente su vida por Cristo y su Iglesia. Ahora nos toca a nosotros “arder en el amor de Dios y propagar las llamas por dondequiera que vayamos“.
Este año jubilar ha sido un tiempo de gracia para que la Congregación reavive el espíritu de nuestro Fundador en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades, para convertirnos en evangelizadores creativos en este momento que nos ha tocado vivir. El punto culminante del año jubilar ha sido el Congreso de Espiritualidad que concluyó ayer, durante el cual reflexionamos sobre las diferentes dimensiones de nuestra espiritualidad misionera. Os doy las gracias a todos por haber participado tanto presencialmente como on-line y haberos beneficiado de ello. Juntos soñaremos el sueño de Dios para la presencia claretiana en la Iglesia de nuestro tiempo y caminaremos con el Espíritu hacia su realización. Preguntémonos: ¿Con qué “nos quedamos” al final de este año jubilar y cuáles son los frutos que llevamos con nosotros para alimentar nuestro camino hacia adelante? En el contexto del mundo postmoderno inundado de valores seculares y cambios globales, ¿cuáles son los desafíos y las llamadas del Espíritu que hemos descubierto en nuestro discernimiento colectivo durante el año jubilar? Permítanme destacar algunas de las llamadas importantes que hemos escuchado durante este año jubilar.
1) La llamada a ser misioneros místicos.
Hoy la Iglesia necesita que seamos misioneros místicos. Un místico misionero es como Claret un tejedor de relaciones profundas en cuatro dimensiones: con el Dios Trino saboreando su presencia y su Palabra, con uno mismo siendo consciente de sus movimientos interiores, con sus hermanos tejiendo y testimoniando la comunión en medio de las diversidades, y con la gente especialmente los pobres, compartiendo sus esperanzas, alegrías, penas y pruebas (cf. CC 46). Todo comienza con nuestro encuentro con el Señor resucitado, cuyo Espíritu en nosotros marca la diferencia en la vida. Durante el Congreso, hemos escuchado muchas veces esta llamada a ser místicos. Sin un amor “loco” por Jesús y su Evangelio, no podemos invitar a la gente a la fuente del amor para saciar su anhelo más profundo de amor y de vida. Sólo un místico misionero puede decir hoy como Claret: “Enamórate de Jesucristo y del prójimo, y lo comprenderás todo y harás cosas más grandes”. Jesús nos enseña a ser misioneros místicos a través de la metáfora de la vid y los sarmientos. Se nos invita a “permanecer” en él, como el sarmiento permanece en la vid y a ser podados adecuadamente para dar frutos.
2) Una nueva visión de la realidad desde la perspectiva de Jesús y su Evangelio.
La especificidad de una vocación misionera profética es la nueva manera de ver a las personas y al mundo. Claret vio su sociedad a través de los ojos de Dios y percibió el anhelo más profundo del corazón humano, el anhelo por la palabra consoladora de Dios, y escuchó el clamor por el alimento del alma. Evitó cuidadosamente cualquier adhesión a las polarizadas ideologías políticas de su tiempo. Ver a las personas y al mundo con los ojos de Dios y amarlas con el corazón de Dios distingue al misionero de las personas movidas a actuar por ideologías e intereses partidistas que prosperan dividiendo a las personas y generando hostilidad de unos contra otros. Sin una mirada contemplativa iluminada por el Evangelio, tendemos a ver e interpretar la realidad con las gafas que nos proporciona la cultura predominante y los valores mundanos. Un misionero místico ve en el rostro del otro el terreno sagrado de la revelación de Dios, el templo del Espíritu, incluso cuando el otro lo ignora. Hagamos entonces como Claret, mirar como miró Jesús, esto es, descubriendo el verdadero rostro del prójimo, haciendo camino juntos, para realizar así el Sueño de Dios para la humanidad.
3) Abrazar la vulnerabilidad para recorrer el camino de la conversión.
Seguir a Jesús hoy implica abrazar la vulnerabilidad en nosotros mismos y en todas las realidades humanas que experimentamos de distintas maneras. La negación y la actitud defensiva sólo complican la vida. San Pablo recuerda los orígenes humildes de los seguidores de Jesús y los caminos de Dios con ellos (1 Co 1,26-31). Dios no nos ha elegido por nuestros méritos. La historia de la salvación narra las elecciones de Dios: Dios eligió a Moisés, no a Faraón; a David, no a Goliat; a María, no a Cleopatra; a Pedro, no a Pilato. Dios elige a los débiles para avergonzar a los fuertes. El Señor dio a Claret una profunda comprensión del misterio de la vulnerabilidad comparándolo con la tierra que soporta, humilde y silenciosamente, mucho sufrimiento, una tierra que es fecunda para dar vida cuando se la riega con agua viva (cf. Aut 680.) El misionero místico no se avergüenza de sus orígenes humildes, ni se arredra ante los sufrimientos, ni se desanima ante los fracasos y pecados, ni se queda en casa con sus adicciones y alergias. Más bien, entrega humildemente su debilidad a la gracia de Dios y permite que el poder transformador de Dios, asistido por las ciencias humanas, dé frutos para alimentar a los demás. Acogiendo la curación, el perdón y la reconciliación de Dios en nuestras propias vidas, nos convertiremos en una presencia sanadora para nuestros hermanos y hermanas en un mundo roto.
4) Nutrir nuestra vida de las mesas que el Señor ha preparado y compartir desde ahí.
Hemos reflexionado sobre lo importante que es para un misionero estar presente a diario en la mesa del Señor para alimentarse de su palabra y del pan de vida. La vida fraterna en comunidad es la prolongación de la mesa del Señor, puesta para compartir la vida y “llevar los unos las cargas de los otros, cumpliendo así la ley de Cristo” (Gal 6,2). Alimentado en estas mesas, un misionero místico encuentra la fuerza interior para anunciar el Evangelio de la alegría a los hermanos y hermanas a los que el Señor le envía. Buscar al Señor es el camino para encontrar la alegría en la vida. Sabemos por experiencia que la alegría del Señor es cualitativamente diferente de las comodidades físicas y de las satisfacciones egocéntricas. Un misionero místico es una persona cuyo corazón descansa en el Señor y encuentra la alegría desbordante que da Jesús. La alimentación que no nutre la salud integral es una paradoja de nuestra sociedad moderna. Un misionero místico nutre su vida integralmente a partir de las mesas puestas por el Señor para llegar a ser íntegro y santo, evitando la obesidad física, mental y espiritual.
5) Recorriendo juntos el camino sinodal.
Es la llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy. Necesitamos caminar juntos como hermanos y hermanas a diferentes niveles: como Congregación, familia claretiana, Iglesia y humanidad en general. Caminamos como peregrinos hacia la plenitud de vida y amor a la que Dios nos llama. Las actitudes de egocentrismo, etnocentrismo y de acomodarse en los propios caminos harán pesada nuestra peregrinación. Debemos aprender el arte de las relaciones afectuosas, las conversaciones sinceras, el discernimiento auténtico y el acompañamiento mutuo para practicar la sinodalidad y trabajar juntos en la misión de Dios. Es importante estar en camino aunque queda mucho por recorrer.
6) Del deseo a los hechos.
Nos hacemos creíbles cuando ponemos en práctica lo que creemos y profesamos en la vida. Claret se convirtió en un misionero místico a través de las muchas horas de oración, la práctica de las virtudes, las amistades que cultivó y el tiempo dedicado a la predicación. En el periodo posterior al jubileo, éste sería el mayor reto que cada uno de nosotros tiene que asumir. De vuelta a nuestras comunidades, ¿qué diferencia voy a marcar en mi vida personal, en mis relaciones comunitarias y en mi ministerio? Este Jubileo nos conduce al gran jubileo de la Iglesia en 2025. Acojamos ese jubileo como una Congregación peregrina enraizada en Cristo, como peregrinos de la Esperanza. Estamos en la Iglesia para anunciar a Jesús y su Evangelio. Jesús no necesita admiradores y defensores, sino seguidores y discípulos. Encontramos nuestro lugar entre sus discípulos. Jesús nos envía hoy como misioneros apostólicos, como hizo con Claret y sus compañeros hace 175 años, con su Madre a nuestro lado para formarnos en su Corazón Inmaculado y acompañarnos en el camino.
Agradezco todas las iniciativas y eventos que han tenido en sus comunidades y en sus Organismos Mayores a lo largo del año jubilar, beneficiándose de los programas ofrecidos por el Gobierno General, particularmente el Congreso de Espiritualidad que concluyó ayer. El mejor homenaje que podemos rendir a la Santísima Virgen María y a San Antonio María Claret por la fundación de la Congregación es viviendo con alegría nuestra vocación misionera y dando sus frutos en la Iglesia. Os deseo una muy feliz Fiesta de la Fundación.
P. Mathew Vattamattam, CMF
Superior General
16 de julio de 2024