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El Covid-19 representó (y aún sigue representando) una amenaza en muchos sentidos para la humanidad. Además de los efectos del virus, las medidas sociales para afrontarla acentuaron, de manera dramática, el problema permanente de injusticia social. Ante una cuarentena, y toque de queda, que paralizó la economía de los países en cuestión, todos aquellos que dependían de trabajos donde su ingreso es el mínimo del mínimo, y su remuneración es del día a día, se les complicó significativamente la vida. Para ellos, seguir las medidas de prevención es morir de hambre. Pero, entonces, lanzarse a buscar el pan de cada era la ruptura de toda medida de seguridad.

Nuestra casa formativa, ubicada en República Dominicana, Santo Domingo, Pantoja, fue testigo de esta situación. En una primera fase, de un mes, asumimos las medidas con rigurosidad, como signo responsable dentro de la sociedad. Pero, comenzamos a preocuparnos por todas las familias que dependen de un ingreso del día a día. En el caso más lamentable, comenzamos a analizar la situación posible de los hermanos haitianos que sobreviven en el país de manera irregular. Estos, por su condición migrante, tienen el peso social discriminatorio, pero por la ley, también quedan descalificados de todo tipo de ayuda por parte del gobierno en torno a la pandemia.

Como estudiantes claretianos, no sabíamos cómo poder hacer algo dentro de la responsabilidad de seguir las medidas preventivas, y hacer una propuesta comunitaria sensata. Pero casualmente este sentimiento comenzó a hacerse común. Entre pasillos nos dimos cuenta de que todos teníamos la misma preocupación. Fue entonces cuando decidimos reunirnos para hablarlo, conocer la preocupación de todos y elaborar una propuesta para el compromiso. En esa reunión, el sector de los Alcarrizos, con preferencia en las familias haitianas fue el foco de atención. Entonces, se pidieron donativos, por las redes sociales, y los que ya se recibían por parte del organismo URSHA ( Unión de Religiosos y Seminaristas Haitianos), para ayudar con una canasta de artículos más básicos en este panorama: artículos de protección para el distanciamiento social y alimentos.

Una segunda fase de esta ayuda se comenzó a efectuar, por parte de la casa formativa, en la zona de San Isidro, Santo Domingo, frente a la zona franca. Allí se ubican cantidades de familias haitianas que viven de la construcción y están alojadas, de forma inhumana, en las mismas obras en construcción, trabajo que se encuentra paralizado. En esta zona pudimos visitar más veces, ya que la situación es dramática. Nos urgía en el interior la caridad, y tuvimos que hacer algo. La principal ayuda en esa zona era en base a alimentos. Pero, para ser sincero, nos sentimos con tanta impotencia ante lo que ellos viven, que se nos desmantelaba el corazón. Sentimos que hacíamos tan poco. Lo compartimos varias veces: nuestro acompañamiento puede ser mejor. Y en ese sentimiento quedamos.

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