Mirtha Clavería es historia viva. Su estatura física no delata la grandeza que guarda, la obra inmensa que ha dejado. Mirthica para muchos, la Profesora para no pocos, Mirtha ha labrado un legado en Santiago de Cuba que se ha hecho árbol allí donde más importa, en el corazón de quienes la conocen.
Su modestia la ha alejado siempre de las vitrinas de los homenajes, si bien desde el Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret nos hemos empeñado en ir contra esa voluntad de mantenerse al margen para, ahora que cada día nos recuerda su deseo de definitivamente acogerse al descanso, agradecerle por toda una vida de creación.
Por ello el más reciente número de Viña Joven le dedicó un Dossier fruto de la complicidad de muchos de sus exalumnos, que supieron sobreponer el temor al Latín gracias a la estricta enseñanza de Mirtha; y por eso este martes 15 de octubre se le dedicó una edición de El Patio de los Sueños.
Solo la lluvia torrencial impidió que asistieran todos los que llamaron para disculparse por la impertinencia de la lluvia. Aun así, la galería 2 del Centro Cultural acogió a un numeroso público que asistió ávido a las anécdotas de Mirthica, aquellas en las que la presencia del su padre guarda un lugar imprescindible, así como su relación con las Misioneras Claretianas.
Igual de indispensable hablar de su paso por la Universidad de Oriente, de su relación con el inolvidable Ricardo Repilado, de sus ayudantías y, cómo no, de su labor con las “lenguas muertas”, que la marcaron para siempre como “la profe de Latín”.
Y en ese recorrido, siempre presente, la parroquia Santísima Trinidad, aquella a la que un día regresó para rezarle la novena a su padre, y al cual se une estrechamente el resto de su vida; donde los nombres de los padres Faliero Bonci y Carlomán Molina, se convertirían en los pilares de otra obra inmensa en la que Mirtha marcaría su impronta, el Centro Cultural y de Animación Misionera San Antonio María Claret.

Mirtha declara abiertamente que ella no es “literata”, pero cuenta la historia con oficio de magistral narradora. Así lleva al público al nacimiento de algo único, de los inicios de una revista, de la osadía de un Salón de Arte Religioso, de un largo recorrido que ya alcanza el cuarto de siglo, veinticinco años que también llevan su nombre.
Preguntada por sus sueños, primero confiesa que no es soñadora: “Soñador es el hermano Manolo [Pliego]… y varios de sus sueños han encontrado vida en el Centro [Cultural]”, dice. Pero de inmediato se sincera:
Sueño a Dios y pido para mi país, que se alcance una estabilidad económica y social que nos mantenga arraigados a esta tierra, que la gente sienta en las entrañas lo que es esta tierra, que los jóvenes se ilusionen con su patria. Es un sueño y una oración.
Y por la profunda fe de Mirtha, por su entrega a Dios, estamos seguros que su oración será escuchada.